La momia de Matanzas

La momia de Matanzas
La momia de Matanzas

La momia de Matanzas es una de las principales atracciones del Museo Provincial Palacio de Junco

La momia de Matanzas fue encontrada por casualidad en una de las galerías subterráneas del cementerio matancero San Carlos, durante una limpieza de nichos, el 19 de junio de 1965, por el doctor Ercilio Vento Canosa, médico forense, antropólogo e historiador oficial de la ciudad de Matanzas.

En el momento de su descubrimiento el cuerpo se mantenía intacto, solo le faltaban los ojos. Conservaba todas las vísceras, incluso los restos de la última ingesta.

Ninguna razón explica suficientemente cómo se conservó durante más de un siglo en tan inadecuadas condiciones, pues el pasadizo donde se encontraron los restos era húmedo y no tenía la oxigenación necesaria.

Pese al revuelo, las autoridades decidieron dejar a la momia en paz en el mismo camposanto donde había aparecido. Hasta que, 15 años después, un perturbado mental profanó la tumba, robó la cabeza, se la llevó a casa y la emprendió a martillazos con ella.

Un vecino vio y denunció el acto. El destrozo era importante. Los responsables culturales y políticos de la ciudad quedaron de acuerdo en que había que proteger a la momia, y restaurarla en lo posible, dado el «interés patrimonial» que le veían. ¿Pero dónde llevarla y arreglarla?

Fue su descubridor, Ericio Vento, quien asumió el reto.

Su curiosidad científica lo llevó no solo a emplearse a fondo en la restauración de su cabeza, sino a desplegar todos su saber para, con la sola pista de unas iniciales bordadas en la ropa a jirones del cadáver (JPL), descubrir a quién pertenecieron los restos; dónde y cómo vivió esa mujer, de qué murió y hasta cuál había sido su última comida (carne con patatas y verdura).

Quien se esconde detras de la momia de Matanzas

La investigación antropológica y cronológica concluyó que la momia de Matanzas se trataba de una mujer de 56 años, de raza europoide, muerta en 1872 y sin descendencia. En el proceso de momificación, redujo 14 veces el volumen y 16 veces el peso.

Posteriormente se comprobó que se trataba de Josefa Petronila Margarita Ponce de León Heredero nacida en Guanabacoa en 1815, y fallecida a causa de una infección respiratoria severa en el barrio capitalino de Monserrat en marzo de 1872.

Josefa se había ido a vivir a la capital al casarse con un hombre llamado Francisco Andux, tras haber pasado su juventud en Matanzas. El matrimonio no tuvo hijos.

El cadáver era uno de los tantos embalsamados en el siglo XIX, a partir del cual se introducía por la yugular una solución de cloruro de zinc y sulfato de aluminio.

Fue embalsamada a petición de su familia, la cual pagó la suma de mil pesos en oro para su traslado por barco hasta Matanzas. La momificación estaba de moda entre las clases pudientes de la Cuba del XIX. Los resultados del tratamiento eran en general poco duraderos.

La clave de que Josefa pasara involuntariamente a la historia fue el compuesto adicional que su embalsamador utilizó, pese a estar prohibido por ser venenoso: bicloruro de mercurio.

El esmero del doctor en la recomposición de la destrozada cabeza alcanzó su cota más alta precisamente en la cabellera. Con ayuda de una peluquera, Vento aprovechó sus días libres para hacerle a la señora un reimplante capilar en toda regla, «pelo a pelo». La operación duró cinco años.

Durante más de dos décadas Vento Canosa protegió la momia en su casa. En el año 2005, al concluir la última fase de su restauración, decidió entregarla al museo, lugar donde por lógica debía estar.

Pronto se reunieron fotocopias de su fe de bautismo, de matrimonio, el certificado de defunción, fotografías del hallazgo, del proceso de restauración, y una pequeña vitrina con algunos de los órganos del cuerpo momificado.

Los restos de Josefa expuestos en el museo recibieron más de 70 mil visitas durante el primer mes de su exhibición. La Sala de la Momia no es como las demás.

Posee una iluminación tenue, con cortinas color malva y temperatura promedio de 19 y 20 grados centígrados, pues para ello se enciende 12 horas un aire acondicionado.

De no ser así, dicha pieza sufriría los embates del clima y de agentes biológicos, entre otros.

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