Marcelo Pogolotti

Marcelo Pogolotti

La obra del pintor Marcelo Pogolotti representa una vertiente excepcional dentro de la vanguardia plástica cubana

Marcelo Pogolotti nació en la Ciudad de La Habana el 12 de julio de 1902, hijo del italiano Domenico Pogolotti.

Con apenas catorce años, ya el pequeño Marcelo había recorrido miles de kilómetros, acumulados en varios viajes de ida y vuelta entre La Habana, Italia y New York.

Su infancia transcurrió en Cuba y Europa, principalmente Italia, donde realizó estudios primarios, adquiriendo la segunda enseñanza en Estados Unidos. En 1919 inició en Estados Unidos estudios de Ingeniería y Filosofía.

Tres años después, la muerte de su madre George Grace le dio un brusco giro a su vida. Libre del compromiso con la figura materna, decide dedicarse por completo al arte e ingresa en The Art Stdudent League of New York, donde comienza su formación.

Después de un viaje por Europa, regresa a Cuba con el afán de redescubrirla. Al igual que muchos de los pintores de esa época, Pogolotti se adentró en la búsqueda y representación de lo cubano, como manera de anclarse y afirmarse ante una cultura norteamericana hegemónica que intentaba tapar con su manto la identidad insular.

Es por esto que su cuadro expuesto en el Salón de Bellas Artes de 1925 fue un retrato de una lavandera negra.

Marcelo Pogolotti durante 1924, después de una visita a Holanda, se establece en París donde se encuentra con Eduardo Abela y Alejo Carpentier.

Junto con el importante pintor cubano Víctor Manuel García, participó activamente en la lucha contra la pintura académica, buscando su renovación y por la creación de un arte nacional.

En 1927 participó en la Exposición de Arte Nuevo, significativo evento cultural de la época en Cuba.

En París, Integrado de lleno a la bohemia de esa ciudad, aprovecha al máximo su tiempo y toma cursos de innumerables especialidades en la Universidad de La Sorbona, mientras evoluciona su pintura hacia el maquinismo, el surrealismo, la abstracción y el futurismo.

Posteriormente comenzó a alejarse del maquinismo y a experimentar con formas abstractas, en tanto realizaba simultáneamente la serie de dibujos Nuestro Tiempo (1930-1931), con los que inició una nueva orientación pictórica.

Después de largas experimentaciones en busca de una visualidad propia, Pogolotti deja de ser un objeto pintoresco dentro del grupo de artistas europeos y se convierte en una figura de renombre.

Expone por todo París y Europa en muestras colectivas y personales, se vincula concienzudamente al movimiento de artistas revolucionarios.

La situación de la clase obrera, su sometimiento y explotación se convertirían entonces en la temática principal de su pintura.

En Cuba, sus ecos se hacen sentir gracias a un artículo de Carpentier publicado en la revista Social.

Durante 1934 y 1935 expuso en la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios de París y fue considerado miembro fundador del Primer Grupo de Pintores Sociales de Europa. En esa época colaboró en la Revista Commune.

Marcelo Pogolotti en 1938 presentó una exposición personal en la Galería Carrefour de París, año en que perdió por completo la visión.

A pesar del poco tiempo de su vida que pudo dedicar a la creación pictórica, su obra tiene un alto significado en el patrimonio de la plástica cubana.

El óleo Paisaje cubano de 1933 constituye un significativo exponente de las condiciones sociales de la época.

En abril de 1939, el plomo alemán que amenazaba París lo obliga a regresar a Cuba acompañado por su hija, la intelectual Graziella Pogolotti donde permanecerá con algunas intermitencias hasta 1961.

De regreso a Cuba participó en numerosas exposiciones personales y colectivas.

A partir de entonces desarrolló una intensa labor como ensayista, novelista y crítico de arte, residiendo en México y Cuba. Regresa enfermo en 1986 a Cuba y murió dos años después.

Su obra, además de trascender en su aspecto conceptual pues se inscribe como una vertiente excepcional dentro de la vanguardia plástica cubana, también destaca por el uso de formas nuevas y sobre todo, por el empleo del color de manera más funcional que decorativa.

Sus cuadros destilan una constante y enriquecedora lucha entre emoción y racionalidad. No obstante, la trascendencia de Marcelo Pogolotti va más allá de la valoración aislada de su obra pictórica.

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